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El Gran Meaulnes
(Alain Fournier)

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Desde las primeras páginas,

un hálito de melancolía leve pero indudable recorre las

peripecias de este libro que se supone en principio

convencional, pegado a los manierismos del costumbrismo

rural, a la novela de aventuras para adolescentes.
Estos

moldes manidos no tardan en estallar, más bien en
abrirse

sin traicionar nunca (y es lo asombroso) el modelo
inicial,

en busca de dimensiones más hondas, insólitas en la ya

larga andadura de la narración escrita por extenso, la

novela.

El gran Meaulnes está recorrido por descripciones

de un vivo lirismo, que hablan de la vida tranquila en
el

campo y sus moradores, su tranquilo comercio con rachas
de

viento, con atardeceres, con cosechas. Hay quien ha
querido

ver en él un alegato elegíaco de tiempos perdidos, un
canto

a la Arcadia siguiendo la estela de un Giono, un
Pagnol, un

Proust. Pero quizás su más poderosa poesía, lo que

convierte esta obra en una conquista única de la

sensibilidad humana, no está tanto en el estilo como en
el

tono de lo que nos narra.

La peripecia de Meaulnes perdido a solas en el

bosque late como el corazón oscuro, enigmático de esta

historia. Este viaje tiene algo de orígenes míticos, de

algo que aun mientras es realizado se vuelve ya
recuerdo,

algo escrito para ser recordado con una imposible

nostalgia. Lo prodigioso de este viaje iniciático está
en

que, a cada paso, tenemos la impresión de estar

sumergiéndonos en un sueño, de haber cruzado

imperceptiblemente a través del espejo de Alicia, y

entonces una y otra vez un rasgo, un detalle, nos hace

volver, recelosos, convencidos a la fuerza, al registro

realista: todo se explica. Pero con todo...

La novela se despoja de magia poco a poco,

implacable como en una lenta tortura. Sin embargo no es
una

historia ?de iniciación? al uso, una caída-en-la-dura-

realidad. La magia no se vacía sino que se va volviendo
más

seca, más negra. Porque vivir, parece decir François,

huérfano fiel y emocionado de su amigo Meaulnes, es

asombroso, pero la muerte no tiene por qué serlo menos,
y

hay tantos tipos de muertes. Un libro mágico en cada
una de

sus páginas, a veces calmoso, casi irritante como se
irrita

el ratón de ciudad con los ritmos y usos del campo,
pero

que deja un inolvidable poso de nostalgia y libertad,
el

recuerdo de lo huido para siempre.



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