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Moby Dick
(Herman Melville)

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Ismael, maestro sin dinero y con ganas de conocer mejor los mares, aunque ya tiene experiencia como marino mercante, se enrola en Nantucket en el ballenero Pequod junto con el amigo que acaba de hacer al tener que compartir cama con él en una fonda: Queequeg, caníbal hijo de un reyezuelo de los Mares del Sur que maneja el arpón de maravilla y lleva tremendos tatuajes por todo el cuerpo, aunque es de caracter muy amistoso y fiel.
El capitán del barco es Ahab (nombre que le dio su madre loca tomado de un reyezuelo perverso de la antiguedad bíblica), el cual vive obsesionado por la ballena que le arrancó la pierna, Moby Dick, una enorme y agresiva bestia, de inmensa joroba blanca, frente arrugada, mandíbula torcida y llena de arpones que le han clavado los que han intentado matarla, y que arrastra toda una leyenda de ubicuidad e inmortalidad. Apenas se ha hecho el ballenero a la mar, Ahab clava al mástil un doblón de oro y dice que será para el primero que aviste a Moby Dick y toma juramento a los tres arponeros y a todos los marineros de que no descansarán hasta que la ballena haya muerto.
El primer oficial del barco, el modesto Starbuck, aunque no es cobarde, intenta constantemente que su capitán desista de esa idea (y hasta en una ocasión se le pasará por la cabeza amotinarse, aunque lo desestimará enseguida). Starbuck argumenta que el barco está para conseguir aceite que proporcionará beneficios y no para venganzas personales. Pero Ahab ha hecho de la ballena la sublimación de todos sus males y sus frustraciones y dice que el beneficio que él obtendrá en su corazón lo supera todo.
El Pequod hace su ruta en dirección a los mares del Japón, donde, según los mapas que ha elaborado Ahab con su conocimiento de las ballenas y de Moby Dick en particular, es más fácil hallarla. El caníbal Queequeg tiene un presentimiento de muerte y manda que el carpintero le haga un ataúd calafateado para evitar que su cuerpo se hunda en el mar. El capitán Ahab manda al herrero que le haga un arpón y lo templa con la sangre de sus tres arponeros.
Después de una buena caza, les sorprende una tempestad y se desata el fuego de San Telmo, que atemoriza a los balleneros y les hace hablar de abandonar. Sin embargo, Ahab sopla sobre el arpón que tiene en su mano para extinguir el fuego y les recuerda el juramento que le hicieron. Más tarde, vuelve a asombrar a su tripulación al recomponer con facilidad una brújula que había quedado estropeada por la acción de los elementos.
En las costas japonesas encuentran a otro ballenero de Nantucket, el Raquel, cuyo capitán cuenta que la ballena blanca ha atacado a una de sus lanchas, que ha desaparecido, y suplica a Ahab que le ayude a buscarla porque en ella va su hijo y está dispuesto a pagarle lo que sea. Pero Ahab se niega a detenerse en favores humanitarios, aún rogando que Dios le perdone por ello, porque no quiere perder ni un minuto del tiempo que tiene que dedicar a la persecución de Moby Dick. Poco después encuentran a otro buque, el Deleite, desarbolado por Moby Dick.
El propio Ahab detecta por fin a la ballena blanca, tras olerla y subirse a un artilugio que le permite encaramarse en el mástil. Se suceden tres días de caza y de persecución incesante. En el primer intento, la ballena parte con su mandíbula la lancha de Ahab por la mitad. En el segundo, la ballena aparece de repente mucho más cercana de lo que la creían y salta como desafiándoles. El Pequod lanza tres lanchas contra ella; dos de ellas las derriba de un coletazo, a pesar de que le clavan sus arpones, y a la tercera, la de Ahab, la lanza por los aires tras sumergirse y golpearla con el morro. Un marinero desaparece. Ahab queda molido y con su pierna de marfil de ballena rota.
El sensato Starbuck vuelve a suplicar que abandonen la insensatez, pero Ahab no cede. En un tercer ataque, con las lanchas de respuesto (que Ahab manda avanzar mientras un grupo de tiburones va mordiendo la punta de los remos y acortándolos a cada paso), ven que Moby Dick lleva enredado al marinero que habían perdido entre las cuerdas de los arpones que le han clavado. Con una maniobra de los remeros, consiguen evitar el primer acercamiento de la ballena, pero Moby Dick se aproxima por sorpresa al Pequod y se estampa contra él provocando que comience a hacer agua. Enloquecido, Ahab consigue arponear a Moby Dick, pero se enreda con la cuerda y sale por los aires tras la ballena. Las lanchas supervivientes tratan de encontrar al Pequod, pero no ven más que un remolino que se lo está tragando y les succiona también a ellos.
En el último párrafo de la novela, Ismael narra que se salvó gracias al ataúd calafateado de su amigo y que sobrevivió sobre él un día entero hasta que el Raquel tropezó con él y le rescató.



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