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Sonata De Invierno
(Ramón del Valle-Inclán)

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Ramón del Valle-Inclán cierra con esta novelita su tetralogía de memorias del marqués de Bradomín, del que en estas mismas páginas otro de los personajes lanza su más conocida definición: "Eres el más admirable de los donjuanes: feo, católico y sentimental"
En el invierno de su vida, canoso y agotado, el marqués visita la corte carlista de Estella en plena guerra civil, donde reaviva brevemente amores con María Antonieta, una de las damas de honor de la reina, la típica amante de Bradomín, casada con otro hombre, que se debate entre el deseo carnal y el temor al pecado. Más tarde, por encargo del rey carlista, marcha con una pequeña guardia en busca de un monje y jefe de partida que mantiene retenidos a dos turistas extranjeros con el empeño de convertirlos al catolicismo.
En el camino, una unidad de soldados liberales les ataca y el marqués es herido. En un convento de monjas, un médico le cura la herida, pero tiene que amputarle un brazo. Convaleciente, el marqués es atendido por una chiquilla de catorce años, feucha y acomplejada, a la que enamora y da un beso. Al conocerlo y viendo que el marqués ha cumplido ya la misión que le traía ahí, logrando que el cura carlista suelte a sus extranjeros, la madre superiora le ordena salir del convento y le riñe por haber seducido a la muchacha.
De regreso a la corte navarra, el marqués se enfrenta, manco y avejentado, a su amante María Antonieta, que se ha empeñado en dejar de verla porque su marido está enfermo y tiene que consagrarse a él. Bradomín tiene una breve entrevista de despedida con ella y admite la ruptura, negándose a cualquier intento de seducirla de nuevo. Considera que esta renuncia es un adiós definitivo no sólo a esa mujer sino al amor en general: "Al trasponer la puerta, sentí la tentación de volver la cabeza y la vencí. Si la guerra no me había dado ocasión para mostrarme heroico, me la daba el amor al despedirse de mí acaso para siempre"
En esta última novela del ciclo Bradomín, Valle se muestra, como en el resto, entre el encanto y el espanto, es decir, utilizando la cursilería como estética y evitando casi siempre caer en excesos.
Más que nunca, se nos dan pistas para identificar al protagonista con el autor (que acabará manco como él). Si Valle Inclán tenía una inclinación meramente esnob por el reaccionarismo carlista, el carlista marqués de Bradomín confiesa a un correligionario, en plena decadencia del movimiento, que su militación es puramente estética y que concibe más un carlismo perdedor que triunfante: "Yo hallé siempre más bella la majestad caída que sentada en el trono, y fui defensor de la tradición por estética. El carlismo tiene para mí el encanto solemne de las grandes catedrales, y aun en los tiempos de la guerra, me hubiera contentado con que lo declarasen monumento nacional".



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